jueves, 13 de noviembre de 2025

El mal gusto: qué es, cómo se forma y por qué importa

 



El concepto de mal gusto ha acompañado a la humanidad desde que existen las artes, la moda y las formas de expresión. Aunque solemos usar la frase de manera casual —“eso es de mal gusto”—, detrás de ella hay una compleja mezcla de percepción cultural, educación estética, moral y contexto social. Este artículo explora qué es el mal gusto, cómo se forma, y por qué sigue siendo un tema relevante en la sociedad contemporánea.


¿Qué entendemos por “mal gusto”?

El término “mal gusto” se usa para describir algo que resulta inadecuado, exagerado, ofensivo o carente de armonía estética. Puede aplicarse a una amplia variedad de ámbitos: la forma de vestir, la decoración, el arte, el lenguaje, los modales, e incluso el humor.

Por ejemplo:

  • Una broma que ridiculiza a una persona vulnerable puede considerarse de mal gusto.

  • Un diseño con exceso de adornos o colores estridentes puede percibirse como poco estético.

  • Una actitud o comentario inapropiado en un contexto serio también puede ser catalogado así.

En resumen, el mal gusto no se limita a la estética visual: abarca también lo ético, lo social y lo emocional.


El gusto como construcción cultural

El filósofo francés Pierre Bourdieu explicaba que el gusto no es algo innato, sino una construcción social influida por la educación, la clase social, la época histórica y el entorno cultural. Lo que una sociedad considera elegante o aceptable, otra puede verlo como excesivo o inapropiado.

Por ejemplo:

  • En el siglo XVIII, las pelucas enormes y los trajes recargados eran sinónimo de distinción. Hoy, serían vistos como un exceso.

  • En algunas culturas, los colores vivos y las combinaciones fuertes son símbolo de alegría; en otras, se asocian con falta de sobriedad.

Por eso, el mal gusto es relativo: cambia con el tiempo, el lugar y el contexto social. Lo que ayer se consideraba vulgar, mañana puede verse como vanguardista o incluso artístico.


Factores que influyen en la percepción del mal gusto

  1. Educación estética:
    La exposición a diferentes formas de arte, diseño o literatura moldea nuestra capacidad de distinguir lo equilibrado de lo exagerado.

  2. Contexto cultural:
    Cada cultura tiene sus propios códigos visuales y simbólicos. Lo que se considera “de mal gusto” en una puede ser un gesto de identidad en otra.

  3. Valores morales:
    Muchas veces, el mal gusto se asocia con actos o expresiones que violan normas éticas o morales, como la burla o la provocación innecesaria.

  4. Tendencias y moda:
    Lo que está “fuera de moda” puede percibirse como de mal gusto, aunque vuelva a ser apreciado en otra época.

  5. Subjetividad personal:
    En última instancia, el gusto tiene una dimensión emocional. Nuestras experiencias, afinidades y recuerdos influyen en cómo juzgamos lo que vemos o escuchamos.


¿Por qué importa el buen o mal gusto?

Aunque el gusto parezca una cuestión superficial, influye directamente en la convivencia, la comunicación y la identidad.

  • En el ámbito profesional, tener buen gusto puede reflejar sensibilidad, respeto y criterio.

  • En lo social, evita herir sensibilidades o generar incomodidad.

  • En lo artístico, marca la diferencia entre provocar reflexión o simplemente escandalizar.

El mal gusto, en cambio, suele provocar rechazo, desconexión o incomodidad. Puede transmitir desinterés por el contexto o falta de empatía hacia los demás.


El mal gusto como provocación

En el arte y la cultura contemporánea, sin embargo, el mal gusto también se ha convertido en una herramienta de expresión. Movimientos como el kitsch o el camp reivindican lo exagerado, lo artificial o lo cursi como forma de protesta ante los estándares tradicionales de belleza.

Ejemplo de ello son artistas como Andy Warhol o Jeff Koons, quienes usaron lo banal o comercial para desafiar la noción de “buen gusto” en el arte. En estos casos, lo que parece de mal gusto se convierte en un acto deliberado de crítica cultural.


¿Puede educarse el gusto?

Sí, el gusto puede cultivarse y refinarse con el tiempo. Algunas recomendaciones para desarrollar una percepción estética más equilibrada son:

  • Exponerte a diferentes expresiones artísticas: visitar museos, leer literatura variada, escuchar música de distintos géneros.

  • Observar y reflexionar: preguntarte por qué algo te agrada o desagrada, más allá del impulso inicial.

  • Aprender sobre historia del arte y cultura: entender los contextos en los que surgen los estilos o tendencias.

  • Cuidar la empatía: pensar cómo lo que dices, haces o muestras impacta en otras personas.

Cultivar el gusto no significa seguir reglas rígidas, sino desarrollar sensibilidad, criterio y equilibrio.



El mal gusto no es un defecto irreversible ni un pecado estético: es un reflejo de cómo percibimos, interpretamos y expresamos el mundo que nos rodea.
Entender sus causas —sociales, culturales y emocionales— nos permite ser más conscientes de lo que comunicamos y de cómo construimos nuestra identidad.

En un mundo donde la imagen y la expresión están al alcance de todos, tener criterio, sensibilidad y respeto puede marcar la diferencia entre simplemente destacar… o hacerlo con elegancia y propósito.

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